Al rescate de Facundo Martínez

Carlos Tíscar.


El autor del artículo es el impulsor de una iniciativa que pretende recuperar, en formato de documental, el trabajo y las obras de quien fue, sin duda, el más original de los constructores de la segunda mitad del siglo XX en València, precursor de una estética singular y vanguardista en diversas elementos constructivos como zaguanes o luminarias.

Una mañana de domingo, mientras pensaba en algunas cuestiones para este artículo sobre Facundo Martínez, el popular y casi mítico constructor valenciano, empezó a sonar en la radio la canción “Al di Là” en la soberbia versión de Luciano Tajoli con la que ganó el festival de San Remo de 1961. Me sé la letra de memoria y mientras la escuchaba pensé que era una especie de señal, que seguramente Facundo oyó esa canción en su momento, en algún baile, alguna fiesta o simplemente en la radio como yo. La música me transportaba a la época en la que empezó a construir un joven Facundo, los primeros años sesenta, una época de duros contrastes en una Valencia muy tradicional todavía, pero ya condimentada con la modernidad de las rutilantes cafeterías y tiendas que habían nacido o sido remodeladas tras la devastadora riada de 1957. A esa modernidad se sumó Facundo con sus nada clásicas construcciones.

Yo descubrí los edificios de Facundo Martínez en los primeros años ochenta, cuando estudiaba en Artes Aplicadas. A mis dos amigos, y futuros socios, y a mí nos maravillaban, sobre todo por sus zaguanes, donde la combinación de texturas en las paredes, los elementos geométricos decorativos, las luminarias sobredimensionadas, las elegantes luces indirectas o los rotundos muebles integrados nos hablaban de una modernidad ya superada pero auténtica, de una fuerza expresiva cálida y sobre todo muy acogedora. Desde luego, si comparabas alguno de los suyos con los portales de al lado no había color, mientras que estos eran tristes e impersonales, los de Facundo te hacían sonreír por su optimismo y vitalidad. Por supuesto sabíamos que eran de él por la curiosa firma que figuraba en el exterior del portal: “constructor Facundo Martínez” en letras tridimensionales de acero pintado, unas veces en un vivo color rojo, otras en blanco o en negro.

Entonces y ahora hay en ellos un elemento muy característico; sus nombres. Ya sé que muchos edificios tienen un nombre, normalmente discreto y sin mucho interés, pero en los de Facundo el nombre es toda una declaración de intenciones, y además el rótulo corpóreo, que desafortunadamente se ha perdido en algunos casos por la indolencia de sus moradores, suele ser muy expresivo gráficamente, más allá de su tamaño; “Domus”, al que acompaña un bajorrelieve en madera delicioso, “Greco”, que en su día mostraba un mural fotográfico gigante, en blanco y negro, de Toledo y otros con nombres de ciudades que a buen seguro nunca llegó a visitar; “Oslo”, en el que hay un mural cerámico con peces, “Kioto”, que custodia un curioso texto en japonés, “Las Vegas”, con su enigmático sol y su exuberante ficus, etc. Parece ser que Facundo proponía un nombre y su colaborador de entonces, el interiorista y diseñador Antonio Camarasa, autor de los zaguanes citados, respondía elaborando exquisitas composiciones con simbolismos y adornos alusivos, reforzando la temática del nombre.

La cuidada estética y una factura de calidad en los materiales y en la ejecución han hecho que muchos de estos inmuebles hayan permanecido relativamente bien conservados, aunque los que los conocemos desde hace tiempo asistimos preocupados a su lenta degradación y a la pérdida de algunos de sus elementos originales. De esa preocupación y para contribuir a preservar estos entrañables testigos de las décadas de los sesenta y setenta, surge la idea de realizar una película documental sobre nuestro constructor, y digo nuestro porque salvando todas las distancias y quitándonos todos los complejos, como dice Nacho, uno de los arquitectos colaboradores en el proyecto, Facundo Martínez es nuestro Antonio Coderch, pero un Coderch valenciano, eso sí, y por tanto vitalista, explosivo y expresivo, además de un experto cocinero de paellas. Para recuperarlo y ponerle en el lugar que le corresponde queremos poner en práctica una suerte de rescate cultural que reivindique y difunda su figura, para ayudar a saldar la deuda que nuestra ciudad tiene con él.

Gracias a muchas personas y a los pocos artículos que pude encontrar en la red fui dando con algunas pistas y sobre todo conociendo diversos testimonios que me han ayudado en la tarea de reconstruir la trayectoria vital de nuestro amigo y a varios profesionales que se han ido uniendo a la iniciativa, como Tato y Maota, quienes en su día hace ahora dieciséis años ya iniciaron un trabajo de campo sobre Facundo, que nunca terminaron, pero que hoy es la base de un proyecto apasionante que nos va dibujando la personalidad del constructor de Mislata, a veces contradiciendo y otras confirmando las distintas leyendas urbanas que a lo largo de los años han circulado en Valencia sobre él.

Han pasado muchos años desde que Facundo construyera todo ese mundo estético propio y a pesar de ello forman legión sus fans, personas de edades diferentes, algunas muy jóvenes, quienes aseguran que cuando pasas delante de un “Facundo”, como se refieren cariñosamente a sus fincas, puedes pedir un deseo. La mayoría de estas personas no conoce demasiado sobre la vida del constructor, tan solo algunas pinceladas que han ido forjando la leyenda de un personaje pintoresco sobre el que todavía hay más preguntas que respuestas. Espero que nuestro trabajo pueda responder algunas de ellas.

En estos meses de investigación vamos conociendo además detalles de cómo trabajaba Facundo y de las personas que le rodeaban y contribuían en la tarea de terminar la obra hasta en sus más mínimos detalles, nunca mejor dicho, porque las viviendas de Facundo poseen un catálogo sorprendente de complementos decorativos en los espacios comunes y en el interior de las mismas, de los tiradores de las puertas a elementos de iluminación y rotulación. Todo construido ex profeso por una serie de artesanos que nos confirman que Facundo supervisaba todo con exigencia y buen gusto, velando por la calidad del acabado. Esa capacidad sorprende si pensamos que Facundo no tuvo apenas estudios, que fue autodidacta y que se basó en lo que veía en libros y revistas extranjeras, adaptándolo a sus gustos personales, combinando estéticas a veces contradictorias, pero sirviendo siempre un cóctel que funciona y seduce, aunque para algunos su arquitectura e interiorismo no tenga el valor de lo que comúnmente es aceptado y valorado canónicamente. No obstante Facundo contrató arquitectos de prestigio, como Vicente Figuerola Benavent, autor de la conocida “finca de hierro” y Salvador y Manuel Pascual Gimeno, aunque, según parece y para gran disgusto de algunos, nuestro constructor influía de manera decidida y alteraba el aspecto de los inmuebles de forma drástica, quitando y poniendo, mimando los aspectos más nimios hasta que el resultado final le satisfacía lo suficiente como para que ostentara su orgullosa firma. Cuando has visto el proyecto en el papel y lo que finalmente fue construido no puedes por menos que darle la razón a nuestro amigo el constructor.

Lo que es seguro es que las construcciones de Facundo Martínez no dejan indiferente y su aportación a los lugares donde construyó, a menudo en barrios venidos a menos o no demasiado elegantes, alguno peligrosamente cercano al barrio chino, fue una luz diferente, esperanzada en el progreso y decididamente moderna, con aquellos nombres exóticos de sus edificios que debieron contrastar poderosamente con un entorno anodino y de color ala de mosca, en palabras de Manuel Vicent, procurando a sus residentes “una existencia más feliz”, como nos dijo alguien que vivió en uno de ellos. Ese mundo soñado por Facundo en sus creaciones ha llegado a nuestro tiempo bastante debilitado pero aún orgulloso y colorista, y todavía estamos a tiempo de salvarlo.

“Al di là del sogno più ambizioso, ci sei tu…

 

Imágenes de diversos elementos decorativos de algunos edificios de València de Facundo Martínez Fotos; Mayte Piera, Milena Villaba y Angela Sorbaioli.