“¿Alguien tiene un plan?”

La Fundación Goerlich y la editorial Eina Cultural han promovido la edición de un libro que recoge mas de cien artículos alrededor de la historia y el futuro de la Plaza del Ayuntamiento. Reproducimos, por su interés, el artículo de Paco Ballester, periodista especializado en diseño, en que se denuncia la falta de planificación y consenso en su diseño. 
Foto: Fidel García Berlanga

Paco Ballester.  Periodista

Resulta complicado de buenas a primeras escribir un texto sobre una parte de mi ciudad, de València, con la que no me he sentido nunca plenamente identificado. No puedo encontrar un motivo concreto para esta desafección urbana. Tal vez si hubiera nacido en una década distinta mis tardes de sábado se habrían dividido entre Casa Balanzá o Barrachina y mi perspectiva sería otra muy diferente y seguramente más divertida. Mi ocio más ligado con la Plaza del Ayuntamiento se circunscibe a atravesarla para llegar al Mocambo o al antiguo Picadilly, a sus espaldas. Nos hemos acostumbrado inconscientemente a cruzarla de soslayo o rodearla con desdén. Ni vivirla ni  disfrutarla.

No ha tenido suerte València con una de sus plazas más emblemáticas. Ampliaciones y modificaciones posteriores provocan hoy una añoranza entendible por aquella tortada tamizada en blanco y negro proyectada por Javier Goerlich. Una plaza en dos niveles que al menos gozó durante un tiempo de personalidad propia. La gris vida diaria de los edificios de oficinas que envuelven la plaza se ha adueñado de su alma con el paso de los años.  La sensación de descubrimiento urbano obtenido desde la salida de la Estación del Norte, con la Plaza del Ayuntamiento en una cercana lejanía (un tramo que recorrer con atención y curiosidad hasta llegar a la Ciutat Vella) se ha desvanecido con el paso del tiempo. 

El decomiso de la personalidad y pujanza de la Plaza del Ayuntamiento (¿la tuvo de forma continua alguna vez?) ha continuado con la inexorable sustitución de aquellos ilustres apellidos de la hostelería valenciana por tacos, hamburguesas, sandwiches y vacas de pega que ha ahuyentado definitivamente el interés de vecinos, sustituidos por un desembarco de Normandía en clave turista. Sobreviven, a duras penas, un Ateneo en relativa decadencia y un edificio Rialto que al menos proporciona placer regular a los cinéfilos que no han sucumbido a los encantos de Netflix.

Es el mundo fallero quien, sin mucho esfuerzo, más rédito ha obtenido de la Plaza. Desde las mascletaes hasta las recogidas de premios, la semana fallera (más bien, el mes) al menos da un uso temporal a la Plaza. El resto del año, esa porción, un solar en el mejor emplazamiento de la ciudad, permanece lánguido y moribundo. Los lunes urbanos al sol, salvados únicamente por las cada vez más escasas celebraciones de jubilo Valèncianistas.  Singapur no entiende de fútbol y en consecuencia, tampoco de planificación urbana. Una Zona Negativa sin atisbo de sombra ni un triste juego infantil que llevarse al chupete. 

La climatologia de València, envidiada por la Europa luterana, invita inexorablemente a darle un mayor y regular uso a la Plaza del Ayuntamiento en convivencia pacífica con notarios y gestores patrimoniales. Aunque parezca que hoy en día los mercadillos son la única opción factible no podemos olvidar que en este emplazamiento se han disputado entretenidas partides de llargues de pilota valenciana, conciertos o representaciones teatrales. Apostamos por sacar el arte y la cultura a la calle pero nos olvidamos de llevarla a nuestro kilómetro cero. 

Ninguna de las intervenciones que ha sufrido la Plaza (puede que este sea el verbo más adecuado) ha generado un consenso generalizado. Tampoco parece que la última lo consiga, aunque se apunte a su provisionalidad. Hace más de un año el Ajuntament de València convocó  una reunión con algunos de los representantes más importantes del diseño o la arquitectura de nuestra ciudad. La intención en aquel momento fue constituir una suerte de consejo de sabios al que pedir recurrir, precisamente, cuando llegara el momento de afrontar una iniciativa de estas características. Como muchas otras buenas intenciones, cayó en la sima del olvido. 

Es necesario de una vez por todas aunar opiniones y visiones de arquitectos, urbanistas, historiadores y por supuesto, vecinos, en aras de recuperar para València una de nuestras plazas más emblemáticas. Pero nos equivocamos si pensamos que otra simple intervención urbanística y paisajística solucionará un entuerto de décadas. Sin un plan de usos, sin un propósito y unos objetivos que interesen y seduzcan al ciudadano, nuestra Plaza del Ayuntamiento continuará languidenciendo entre burritos y paella congelada.